Querría compartir una reflexión sobre la carta al director publicada
ayer referente a Suiza, pero que podría
concernir a cualquier comunidad.
Según algunos diccionarios, xenofobia es: odio, repugnancia u
hostilidad hacia otros pueblos.
Que los autóctonos defiendan sus derechos con leyes democráticas para
evitar, sin hostilidad, odio o repugnancia, la implantación de
costumbres forasteras, vengan de donde vengan, no se puede catalogar de
xenofobia o racismo. Lo que se pretende es la supervivencia cultural por
el bien de la comunidad, sean autóctonos o población integrada. No se
puede acusar de racistas o xenófobos a personas que, en el ámbito
privado, tienen un trato amigable y sincero con gente de orígenes o
razas diversas que son amigos, vecinos o compañeros de trabajo, llegando
incluso a uniones familiares pero que, en el ámbito colectivo, no ven
bien la permisividad e implantación de algunas costumbres ajenas que, en
algunos casos, puedan significar un desafío por parte de los forasteros
hacia los autóctonos y, por tanto, un detonante que pueda provocar
racismo recíproco.
Hay que respetar y permitir a los forasteros llevar
una vida digna junto a los autóctonos, aceptando de ellos incluso
determinados aspectos constructivos; pero no es justo que estos impongan
sus costumbres, y mucho menos sus leyes.
Que la masificación de inmigrantes pueda provocar problemas en el ámbito laboral es otro tema.
El comportamiento lógico de los forasteros debería ser integrarse en
la comunidad que les acoge, no convertirse en colonos que rivalizan por
conseguir espacio para su comunidad, su lengua y su cultura
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